El padre de mi abuela materna estuvo en la cárcel.
El padre de mi abuelo paterno estuvo en la cárcel.
La abuela paterna de mi padre ha estado en la cárcel.
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El padre de mi abuela materna sale en las fotos de nuestro bautizo, era muy alto y era rubio, equino con orejas enormes y los ojos azules. Mamá tiene sus ojos, todas tenemos sus orejas y hemos mutado la dentadura de caballo a roedor.
El bisabuelo trabajó en una fundición, tuvo un perdigón en la pierna, luego montó ascensores. Tenía una caligrafía prieta, recuerdo ver una carta de pequeña con su letra, no la hemos logrado encontrar, la grafía era menos libre entonces, buscaba la cursiva y se sentía tensionada, en cambio sigue asomando cierto carácter, cierta manera de estar.
La Ventilla era un barrio de traperos, leo, seguro que lo he buscado antes, pero pienso que no lo he sabido hasta hoy. Primero fue un pueblo, dicen barriada, digo escombros, digo montículos, digo descampados, todos coincidimos en las cuestas, un barrio hecho en la pendiente, casi volandero, como una cometa rota. Un pueblo que vendía lo que otros tiraban: seleccionando la basura con hilo brillante. Las señoras, siempre con zapato cerrado y vestidas de negro, conocían el nombre de todas las demás.
Esta es mi herencia: terraplenes y luto.
Del abuelo de mi padre poco sé. Su cárcel fue política, la de la abuela de papá no, ¿hay cárcel no política? Parece que se dedicaba a la venta ambulante entre los pueblos, él. Ella estuvo en la cárcel por estraperlo: la palabra estraperlo parece que agudiza la maña, vuelve más fino al ojo. No hay nada amoral en tratar de sostenerse, con palillos, con garras, con hierros, con dientes.
Vender y robar como verbos transitivos de la familia, tanto empeño en sobrevivir.
Papá y mamá llevan órtesis, papá la llevó siempre, como una Torre Eiffel que lo levanta y lo sujeta, con cabezonería y nudos fuertes: la tecnología del pobre, su polea.
Mamá ha tardado muchos más años en llevarla, verse mecanizado el cuerpo le hizo daño, pero aún faltaban trozos que arrancar.
Supongo que eso le pasa a las cosas cuando rompen, hay cansancio y hay resistencia a la vez, el techo harto de los gritos y de ser cúpula, los escondites de alojar arañas pequeñas que quitan protagonismo al silencio.
Sé que necesito pensar esto ahora, liberar de la suavidad lo que siempre ha estado hecho de aristas, devolver al incisivo su puntada.