La casa ha empezado a hacerse notar.
La casa ha empezado a hacerse notar.
Primero fue la mosquitera del salón, la gata no había arañado mueble alguno desde que llegamos a Moratalaz, estaba más en el dormir y un poco en contra del balcón, ella que pasó su juventud trayendo algún pájaro, trepando los olivos en Rivas, acorralando a un ratoncillo de campo en Villalba. Los primeros meses de Vallecas decidió mear sin parar el sofá y me hacía perseguirla para poder cerrar el salón con ella fuera, diez minutos, quince, antes de ir a trabajar: utilizaba el balcón largo para salir por una puerta y entrar por la ventana, casi haciendo chiste al dicho, aún salía fuera y se quedaba puesta al sol con esa satisfacción en que se quedan los gatos bajo la luz. En cambio, en Moratalaz nos maullaba al salir al balcón (largo también) y se acurrucaba bajo mantas y maullidos.
Sólo rompió la mosquitera: el arañazo es visible, sus ojillos se revelaron culpables. Fue la primera forma de recuerdo que dejó en la casa o quizá el primer reclamo que la casa quiso hacer.
Ha empezado a hacerse notar la casa, decía, pero ya lo hace ella sola, ella sola nos asusta.
La persiana de la habitación se aburre de estar levantada y zas, sobresalto mediante, nos deja a oscuras; la ducha del baño se ha cansado de su camino dirigido y se ha hecho aspersor lánguido; las bombillas se encienden al enchufar el secador, como esperando estímulos diferentes a la llave de luz de toda la vida.
Esta mañana, cuarenta y tres minutos antes de que sonara el despertador, pum, el cristal de la vitrina, donde figurillas sin pintar esperan para alguna guerra, ha reventado: lo ha hecho creando ríos de cristal con sus cascadas, cristal perpendicular, y sus lagos amalgamados varios cristales rotos pero juntos, como una especie de mapa de carreteras transparente, algo así como las venas o la intención del vidrio.
Cuando se rompe un cristal así deja un campo llenito de fragmentos, por mucho que barras el campo sigue habiendo cristal y polvo de cristal, polvo como de hadas feas.
No sé bien cómo explicar esto: la casa nos quieres fuera y yo le traigo plantas y plantas, como disculpa, cojines nuevos, un sofá rojo: la pongo bonita, ella estalla. Me pregunto qué tipo de ataque hizo contra la gata para que la bicha, que andaba ya en su limbo dulce, tuviese que arañarla así.
Busco gatos pequeños que sepan enternecerla cuanto antes o quedarse en la espalda como saquitos de arena de microondas para que den calor, al menos, si la casa puede con todos nosotros y me obliga a barrer durante años sus enojos explosivos y sigue cambiando de bote el azúcar y la sal.