¿Se puede cuantificar la memoria?
Cómo dejar de cuantificarse en una vida hecha de números.
Tienes más recuerdos que yo. No sé si este recuerdo es mío, ¿es mejor tener más que saber si corresponden a la realidad? Al menos tienes, hija, al menos tienes.
La vida cuantificada: tengo 35 años con sus bisiestos contados, con algún año entero como en mute, sin decir casi nada. Tengo lo que no tengo, esos son porcentajes fantasma que hacen que el cuerpo se quede deslavazado, sucio, como cuando salen imágenes de la gente de antes, todos llenos de mugre aunque acampen al lado del río, sucios para decirnos, cuantificadores natos, que ahora mejor, que qué limpios y que qué suerte, aunque no pisemos nada verde en semanas y semanas y menos tengamos lago o jolgorio sin dirigir.
Cómo escapar de la cuantificación, qué cualifica, en qué detenerse. Los detalles existen desde el alumbramiento. Los andamios en el cuerpo como modernismo artesanal. El aprendizaje alrededor de la diferencia. ¿Tiene sentido limitar la baba, la rabia?
Entiendo que la identificación está vehiculada por la experiencia: para mí la torre Eiffel es tan sólo una órtesis más grande y con vistas que la que sujeta la pierna de papá, las grúas han sido el paisaje de cuando chica, esos monstruos conocidos con su boca de mantis, las croquetas a tres decenas los ratos donde el tiempo era suave, con las chicas de la familia metidas en el cuartito de costura de la abuela María.
Hablo del cuerpo, del de mis padres, de mi diente cubista, de la altura. Hay cosas en casa que no vuelven a su lugar porque no llego, pero, ¿por qué hablo del cuerpo o de las ganas de arrancarle trozos cuando realmente de lo que quiero hablar es de la bondad?
Hablo mucho de ella, esquivándola. Por ejemplo, hay bondad en la habilidad de nuestros abuelos en pelar con precisión y sin perder carne las manzanas con su navajita de bolsillo. En edificar flores al hacerlo, ese sortilegio de cáscaras.
Yo las manzanas me las como a bocados y con piel, no hay ritual alguno salvo en localizar los rabitos, lo único que se salva de la dentellada anoréxica. Hubo una época que comía, exactamente, dos manzanas golden y un blíster de 200 gramos de jamón cocido, supongo que fue ahí cuando comenzó la horticultura en el estómago. Ahora sé que dentro debo tener un campo entero, con manzanas ácidas, de ahí la gastritis. Los árboles de estómago no entienden de gastroscopias e ignoran cualquier contraste.
Quería, quiero, me centro (van varios caracteres, líneas, que dicen sin decir, cuidado, esto no es economía del lenguaje, ni economía alguna, este es el gustito de primero a lápiz y luego clac clac clac, el teclado correspondiendo a su percusión, dígito mecánico): cómo escapar de los números. Somos hoy estadística, porcentaje, cantidad.
¿Cuánta fracción de tristeza influye en este escrito? El inicio de mes, la luna cómo, qué temperatura, cuántos sustos.
Bondad, números, ¿direcciones?
Porque me importa la bondad hablo tanto de mi abuelo. Porque una voz algo aguda, cascada y con tendencia al drama, me dice fea, fea, no te querrá nadie, me obligo a buscarla. Porque creo en cuidar en conjunto, sigo. Estamos hechos de experiencia y de memoria, de re-visión y miopía.
¿Importa el porcentaje que demuestre que es posible hacerlo mejor? No, importa el deseo.
Y pese a eso, cuento y cuento. Relato y cuantifico. Mamá dice: llevas dos semanas sin escribir la cosa esa del email. Porque mi familia dice a todo "la cosa esa", escribo. Esto, eso, esa cosa, leñe, lo de ahí, el del sitio ese, ¿sabes?
Porque me he mudado 16 veces (contaditas, con sus cajas y sus cintas de celofán marrón) leo sobre los nómadas, porque me importa el trazo, el hambre y los hijos, leo sobre prehistoria y lenguaje. Me obsesiono cíclicamente con aquello que me importa, leo y leo y leo (y anoto y anoto y anoto), como buscando una llave que permita abrir una fisura luminosa, parecida a la de los anuncios de lejía, hacia donde andar y ver si hay algo más que explique, sin lograrlo, algún sentido.
Sé que si hay una bondad no es blanca intachable, la bondad si padece la vida no puede ser inmaculada. ¿Cómo contarla? Aquí hay una bondad y allí, en el sitio ese, hay dos bondades, mira, qué juguetonas. En cambio sí se puede entender que allí hay un hambre y allí, más a la izquierda, otro hambre y otro y otro. ¿Será que al cuantificar acordamos su existencia?
Si hace mucho frío es probable que lleve dos libros en el bolso, si viajo cojo muchos, por el susto.
Los libros que quedan por leer no los cuento, tampoco aún me atrevo a clasificarlos (CDU, ISBD, MARC21, RDA mediante) y sí cuento los numeritos que hacen cuchillo (que no herida, porque clavan y clavan, aunque te despistes, clavan): todo el rato, sin parar.
Contar lo que no se tiene es como morderse todo el rato la mordida primera del moflete.
Tengo mofletes, una altura capicúa, una melliza, una hipoteca, tropecientas cagadas, emails a los que nadie contesta, evitaciones, renuncias, preferencia por el sushi, un desembolso anímico 60 euros hora/semana, 50 minutos de elíptica 3 veces/semana+ la vecina que otea, gente que ya no está, búsquedas muy tontas en Google (ambientador para zapatero, ¡urge!), exposiciones sin visitar, sueños raros, olvidos, dos carreras sin acabar, una fp sin acabar, hijos sin hacer, libros sin publicar, lunares nuevos, muchísimos pendientes cutres, la Cosa que ya no, la Nani que ya no, la Rita que ya no, Chiquina que ya no, todas ellas en el tacto de la mano sí están (no todo el cuerpo contabiliza de la misma forma), terrazas, muebles comprados que se quedaron en otro sitio (venga y venga a adornar la cueva), libros prestados, libros por devolver, ahora tengo canas y miedo y test, tengo muchos test y muchos temas que me dicen, venga venga y mi cuerpo, ea, a dormir, tengo dibujos por todos sitios y óleos secos y tantos cuantos más. Estos fantasmas tontos.
Los sentidos, en cambio, echando musgo.
La bondad, no sé: una creencia.
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(La imagen, que me enamora, porque la Bauhaus, aunque hecho de medidas, primero abocetaba en el aire y la escritura es naturaleza, las matemáticas y las cantidades son naturaleza y las formas del trazo también. Todas ellas necesitan detenimiento, pero esto es otro pellizco. Ea, la imagen:
"Mujer en el sillón B3 de Marcel Breuer, máscara de Oskar Schlemmer, vestido de Lis Beyer. Foto: Erich Consemüller, alrededor de 1927. Fundación Klassik Weimar. Encontrado en el homenaje a la Bauhaus que hacen en Metalocus)
Tenías razón. No sé si la memoria se cuantifica, pero la memoria recuenta.